viernes, 14 de marzo de 2014

LEYENDA DE LA CARRASCA DE LECINA

En el pequeño pueblo de Lecina, situado en el corazón de la Sierra de Guara, vive uno de los árboles más hermosos de Aragón. Por eso desde aquí queremos invitaros a tod@s   a que vayáis  a conocerla y disfrutéis de su belleza.

Cuenta la leyenda que hace muchos, muchos  años, Lecina estaba rodeada de impenetrables bosques de encinas y robles, que servían de refugio a osos, lobos y sobre todo a brujas. Éstas eran temidas por los lugareños porque causaban innumerables desgracias, como muertes de animales y personas, enfermedades, tormentas, etc.
Por el contrario las carrascas estaban contentas con esto, porque así las gentes del lugar no se atrevían a entrar en el bosque a coger leña.

Pero,  la más joven de las encinas (carrasca) del bosque estaba muy disgustada, pues veía que este monte  tenía muy mala fama y sentía pena por los habitantes del pueblo... Enojada por todo esto, no dejaba que ninguna bruja se refugiase en sus ramas.

También eran frecuentes las discusiones con los demás árboles. Las brujas, que oyeron las protestas de la joven, decidieron por un tiempo ir a otra parte y quisieron agradecer a las carrascas más viejas el apoyo prestado concediéndoles todo lo que desearan. 

Un grupo de árboles,  muy presumidos, quisieron que sus ramas y hojas fueran de oro. Otras encinas deseaban desprender uno de los más deliciosos perfumes. Y por último, otras pidieron que sus hojas fueran brillantes y de cristal. Únicamente la pequeña encina guardó su mismo aspecto y   continuó  siendo como siempre, una “carrasquita”.

Transcurridos tres días desde que las brujas abandonaron el bosque comenzó una fuerte tormenta de viento y nieve. De repente  los árboles de cristal quedaron hechos añicos y terminaron muriendo.
Otro día, por allí cerca, pasaba un pastor con su rebaño y no pudo hacer nada para detener a sus ovejas que se lanzaron como flechas a comer las hojas aromáticas. Después los del pueblo cortaron las encinas sin hojas perfumadas, para alimentar a sus ganados.
Sólo quedaban los árboles convertidos en oro, que no tardaron en ser  saqueados por ladrones y vecinos.
De todo aquel maravilloso bosque de encinas, sólo sobrevivió la “carrasquita” más joven, que fue la única que supo enfrentarse a las brujas. Desde entonces todos  la respetaron y la dejaron crecer, convirtiéndose a través de los siglos  en la magnífica carrasca que hoy contemplamos.


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